Me gustaría recordar para siempre cada detalle del día en que me enteré que David Foster Wallace se había suicidado. El problema no es sólo que en mi larga lista de días en que me quedo encerrada en casa y no hago nada todos se confunden en una masa informe, sino que la experiencia me ha enseñado que la memoria es un músculo débil y acabamos olvidando precisamente lo que juramos que nunca olvidaremos. Recuerdo que no había oído hablar nunca de David Foster Wallace, pero un día, repasando las estanterías de la biblioteca, me encontré con dos libros suyos. Debía estar buscando otro libro, no recuerdo cuál, pero me econtré con los suyos y decidí que unos libros con semejantes títulos los tenía que leer. Pero tampoco recuerdo cuál leí primero, si 'Entrevistas breves con hombres repulsivos' o 'Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer'.
Sin embargo, sobre todo me gustaría recordar cómo era todo antes de enterarme de la noticia. Ahora ya todo el mundo leerá David Foster Wallace teniendo en mente que es el tipo que se ahorcó cuando tenía 46 años. El único David Foster Wallace del que el mundo se acordará será del David Foster Wallace que, después del éxito de 'La niña del pelo raro', ingresó en un hospital pidiendo que lo pusieran bajo vigilancia para evitar su suicidio. Todo el mundo leerá 'La broma infinita' como si fuera un presagio de lo que su autor acabaría haciendo ese viernes de setiembre justo antes de empezar las clases del nuevo curso. Todo el mundo olvidará que David Foster Wallace era un escritor ingenioso y divertidísimo. Nunca me lo hubiera podido imaginar. Es obvio que era una persona neurótica, obsesivo-compulsiva y depresiva, pero siempre había creído que tenía un magnífico sentido del humor que le ayudaría siempre a seguir adelante. Esto me da miedo, porque si hombres mejores que yo han caído, ¿qué me pasará a mí en el futuro? Ésta es una muerte que destruye todos los esquemas que me había construído sobre el mundo. He llorado tanto. Como ya no recordaba que podía llorar.
Me siento vacía. Pero ésta tampoco es la palabra adecuada. Siento que hemos perdido algo muy valioso. Todos nosotros lo hemos perdido. Siento que ya ningún autor podrá hablarme de la manera en la que me habló Dave. Leer sus libros es como tener una conversación con alguien extremamente inteligente que juega en una liga completamente diferente a la tuya. Al principio te sientes abrumado, que no estás a la altura, pero si persistes notarás como te coge de la mano para no soltarte ya jamás. Si tienes la suficiente paciencia como para oirlo hablar de estrategias de márketing del modo más árido posible, él te acabará contando cosas terriblemente íntimas sobre él mismo y tú te darás cuenta de que a ti te pasa lo mismo. Si tienes la suficiente fuerza de voluntad como para resistir frases que duran párrafos y párrafos que duran páginas, te darás cuenta de que él sólo quiere hacerte reír y que lo único que aspira a conseguir es que en su compañía te sientas menos sola. Si persistes te darás cuenta de que, aunque exigente, es el escritor más generoso que has conocido nunca. Es alguien que te acaba conquistando por su sentido del humor, su inteligencia, su ingenio, su fragilidad, su inseguridad, su sarcasmo, su ternura, sus obsesiones neuróticas y sus manías antisociales. Me ha dado tanto. Es todo tan triste.
He estado un buen rato pensando cómo podía titular este post. Nada me parecía adecuado. (Pero, sin embargo, cualquier cosa sería mejor que el titular del New York Times: "Postmodern writer is found dead"). Al final he decidido hacerlo con el título de un poema de Walt Whitman. Resulta que la dirección de su e-mail en la universidad empezaba con ocapmycap. Y ahora el poema parece terriblemente adecuado. Adecuado para mí y para todos los que le quisimos (o queremos) (aunque no lo hubiéramos conocido nunca en persona):
¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, nuestro terrible viaje ha terminado,
el barco ha sobrevivido a todos los escollos,
hemos ganado el premio que anhelábamos,
el puerto está cerca, oigo las campanas, el pueblo entero regocijado,
mientras sus ojos siguen firme la quilla, la audaz y soberbia nave.
Mas, ¡oh corazón!, ¡corazón!, ¡corazón!
¡oh rojas gotas que caen,
allí donde mi capitán yace, frío y muerto!
¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, levántate y escucha las campanas,
levántate, por ti se ha izado la bandera, por ti vibra el clarín,
para ti ramilletes y guirnaldas con cintas,
para ti multitudes en las playas,
por ti clama la muchedumbre, a ti se vuelven los rostros ansiosos:
¡Ven, capitán! ¡Querido padre!
¡Que mi brazo pase por debajo de tu cabeza!
Debe ser un sueño que yazcas sobre el puente,
derribado, frío y muerto.
Mi capitán no contesta, sus labios están pálidos y no se mueven,
mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad,
la nave, sana y salva, ha anclado, su viaje ha concluido,
de vuelta de su espantoso viaje, la victoriosa nave entra en el puerto.
¡Oh playas, alegraos! ¡Sonad campanas!
Mas yo, con tristes pasos,
recorro el puente donde mi capitán yace,
frío y muerto.
Walt Whitman
"Una obra de ficción es una conversación que permite enfrentarse a la soledad esencial que se da en el mundo. Entre los seres humanos se da una situación de incomunicabilidad de emociones. La comunicación entre el creador y el lector es algo extraordinariamente misterioso. La buena literatura provoca una experiencia que permite trascender el aislamiento de orden subjetivo. Yo no sé si funcionará en español, porque es un término sumamente idiomático e idiosincrático, en realidad, la expresión de un sonido. Lo encontré una vez leyendo a Auden o Yeats, no recuerdo exactamente. Es como una epifanía, en el sentido que le daba Joyce al término, una revelación, la sensación de armonía y perfección que se siente en presencia de la obra bien hecha, de la obra de arte que logra su cometido. Es como un clic, el sonido que hace una caja que está perfectamente elaborada al cerrarse. El efecto inefable que provoca el contacto con la obra de arte. La comunicación entre distintas conciencias pensantes que se deriva de la contemplación de la belleza poética. En el acto de la lectura se da un componente que es el intento de establecer comunicación con otra conciencia, una interpenetración. Lo que llamo el clic es la capacidad de reconocer pensamientos y sentimientos que el lector siente como suyos, pero que no es capaz de verbalizar. Yo, como lector, en el momento de la lectura siento que el autor ha dado con las palabras que necesito para dar expresión a mis sentimientos. No les he dado forma yo, pero no por eso son menos mías: gracias al poeta, al escritor, han sido transfiguradas, y expresadas en una frase de gran belleza. En ese momento, el mundo cobra plenitud, solidez, rectitud."
Me siento tan sola. Lo voy a echar tanto de menos. Y la vida ya nunca más volverá a tener sentido.